Filosofía para niñas, niños en México

Mientras leía el capítulo Una escuela que piensa, hubo varias ideas que me hicieron detenerme, pensar y conectar con mi propia experiencia como docente en formación. Una de ellas fue la afirmación de que no podemos seguir educando como si estuviéramos en el pasado. Hoy vivimos en un mundo profundamente distinto, cambiante, muchas veces incierto, y no tiene sentido formar estudiantes con métodos que ya no responden a esta nueva realidad.

La escuela que necesitamos debe mirar el presente y reconocer los desafíos que enfrentan niñas, niños y adolescentes: desde la inseguridad, las emociones intensas, la sobreinformación en redes, hasta la necesidad urgente de ser escuchados. En este contexto, la escuela debe transformarse en un espacio vivo, que piense, dialogue, cuestione, y sobre todo, que acompañ
e a sus estudiantes en el desarrollo de su autonomía y pensamiento crítico.

Otro punto que me tocó profundamente fue el relato de una clase de filosofía en un grupo de primaria. Me conmovió cómo los niños expresaban su malestar al darse cuenta de que los adultos muchas veces no les dicen la verdad. Una niña decía que no entendía por qué le decían “qué bonito dibujo” cuando ella misma sabía que no lo era. Un niño compartía que le ocultaron la muerte de su abuela, y que al descubrir la verdad tiempo después, sintió un “golpe en el alma”. Estas experiencias muestran que ocultar la verdad, aunque sea por proteger, puede tener el efecto contrario: negarles la oportunidad de formar su identidad y de procesar sus emociones con honestidad.

Esto me hizo pensar en lo importante que es validar la voz de los alumnos. No basta con enseñarles contenidos, debemos darles espacio para expresarse, para cuestionar, para equivocarse, y para reflexionar. Cuando un niño siente que lo que dice tiene valor, empieza también a creer en sí mismo. Un alumno que tiene la capacidad de dar sentido a lo que vive y de expresar lo que piensa, es un ser humano que se está formando desde la confianza, no desde la sumisión.

La Filosofía para Niñas y Niños, como se plantea en este capítulo, es una herramienta poderosa para lograrlo. No se trata de darles una clase más, sino de construir una comunidad de diálogo, donde se piense juntos, donde se respeten las ideas distintas y se generen nuevas preguntas. Esa es la escuela que piensa: una que se atreve a abrir el espacio para que sus alumnos reflexionen, imaginen, propongan.

Finalmente, me quedo con una idea que me gustaría llevar siempre conmigo como futura docente: una escuela que piensa no se conforma con transmitir información, se compromete con formar personas conscientes, críticas y libres. Y eso comienza desde que un niño o niña se siente con el derecho de decir: “yo también tengo algo que pensar”.

(Figura 1. Autora Leslie Cázares Aponte)

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