Conclusión

 A lo largo del semestre, comprendí con mayor profundidad lo que verdaderamente significa aprender a pensar. En un contexto donde la educación ha sido moldeada y, muchas veces, limitada por decisiones tomadas desde espacios desconectados de la realidad del aula, descubrí que la filosofía se vuelve una herramienta indispensable. Es ella la que nos permite leer el mundo, comprenderlo y ayudar a que nuestros estudiantes lo comprendan también desde edades tempranas.

Durante este proceso, me enfrenté a la pregunta esencial sobre el sentido de la educación. Comparar modelos educativos como el de la educación zapatista frente al sistema tradicional me llevó a entender que educar no es solo transmitir contenidos, sino formar seres humanos desde su contexto, desde su historia y desde sus posibilidades. La educación zapatista muestra que cuando la comunidad es el centro del aprendizaje, la escuela se transforma en un espacio de liberación.

Esto conecta con el ideal que plantea La Nueva Escuela Mexicana: formar alumnos conscientes, críticos, capaces de transformar su entorno. Pero para lograrlo, es fundamental que los docentes seamos capaces de mirar más allá de los libros o los programas oficiales, y aprendamos a ver lo que realmente sucede en nuestro contexto. Solo así podremos actuar con responsabilidad, con compromiso y con una profunda conciencia social.

Gracias a los debates, las lecturas, y las voces de mis compañeros, pude expandir mi mirada y abrirme a nuevas formas de entender la práctica docente. Autores como Paulo Freire me mostraron que la educación puede ser un acto de amor, pero también de opresión, si no se ejerce con ética, crítica y diálogo.

Hoy entiendo que educar es también un acto de valentía: requiere desaprender lo establecido, liberar el pensamiento y atrevernos a imaginar junto a nuestros estudiantes otros mundos posibles.

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