Concepción transformadora

De este texto que leí, me quedo con una idea que me parece esencial: la posibilidad de filosofar con otras personas como una forma de resignificar la vida. No se trata de alejarse de la realidad, sino de mirarla desde nuevas perspectivas, de atreverse a pensar lo que nos duele, lo que no entendemos, lo que nos cuesta aceptar.

En el escrito se presentan ejemplos muy potentes: personas en situación de cárcel o en proceso de jubilación, que muchas veces viven una forma de exclusión silenciosa. En ambos casos, el ejercicio filosófico ya sea en talleres colectivos o en conversaciones individuales abre un espacio para expresar, pensar, respirar. Es decir, permite salir por un momento de la rutina y de la presión social, para encontrar un nuevo sentido a la propia existencia.

Me gustó especialmente la mención de actividades como los “cafés filosóficos”, donde personas se reúnen a compartir ideas, opiniones, recuerdos y preguntas. De ahí surge una de mis reflexiones más importantes: hay muchas personas allá afuera que pueden ayudarnos a comprender mejor el mundo que nos rodea. Personas jubiladas, por ejemplo, que tienen historias increíbles y aprendizajes de vida que pueden ser una guía para otros. Escucharlas no solo les devuelve sentido y valor, sino que también nos permite aprender de sus experiencias sin tener que vivirlas por nosotras mismas.

Lo mismo ocurre con personas privadas de la libertad. Aunque a veces se las aparta o se piensa que ya no tienen nada que aportar, lo cierto es que muchas de ellas buscan escapar del encierro mental a través del pensamiento. Cuestionan su vida, sus decisiones, sus emociones… y desde ahí, pueden enseñarnos mucho. A veces, de quienes menos esperamos es de quienes más podemos aprender.

Otra idea que rescato es que la filosofía no erradica la violencia directamente, pero sí puede ayudarnos a eliminar los pensamientos destructivos que la originan. Si aprendemos a cuestionar, a pensar antes de actuar, a ponernos en el lugar del otro, quizá logremos vivir de una forma más humana y justa. 

Es importante comprender que, filosofar no es algo reservado para las universidades o los libros difíciles. Es una herramienta real, cercana, y poderosa para acompañar a otros, comprendernos a nosotros mismos y construir una sociedad más reflexiva y empática.

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